Trayectoria
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Poemas de Martha Goldin
Narrativa M.Goldin
Publicaciones Martha Goldin
Poetas y Narradores (25)

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Cristina Villanueva (Argentina)

Espero

En una ronda de cuentos
tu palabra de lobo
mordiéndome las comas
partenaire del bosque alucinado
red de los nombres
me acuesto en tu pasto de lenguaje

Espero.

Irma Verolín (Argentina)

Una mujer en el cementerio

La harina del tiempo es muy intangible. Es amasada en el aire, en el mismo aire que se respira, el aire que se hace viento y se impone a la voluntad de los planetas. Ella lo sospechaba la tarde en que fue al cementerio a revolver recuerdos siempre confusos. Ella contaba sus recuerdos como figuritas y nadie la contradecía en la soledad blanda de su departamento. Una tarde miró la tumba vecina en la que otra mujer musitaba palabras inaudibles. La cabeza gacha, un poco inclinada sobre sus rodillas. Ella vio a la mujer y contempló la tumba casi igual a la suya, pulcra, cuidada. Se vio a sí misma en la mujer como en un espejo inmenso donde la tierra era apenas un planeta diminuto. A partir de aquella tarde empezó a amasar nuevos recuerdos que partían de ese presente transformado en reciente pasado: la tarde, el cementerio, las dos tumbas. Es extraña la vida, se dijo, el tiempo se mezcla con lo que no debiera. Es como el aire. Y respiró profundo, profundo y el tiempo dio un revés dentro de ella misma y se plegó mil veces y después reanudó su marcha.

El viaje

Cuenta mi abuela que en año veintiocho ella iba con su hija en brazos en el asiento delantero de un coche Fort T. Quien manejaba era un vecino acaudalado que había insistido en llevarlas hasta un campo cercano. Cruzaron la ciudad y de pronto: una embestida. El coche había chocado con un carro a caballo. La cabeza del caballo entró por la ventanilla abierta y su respiración de animal, pegajosa, densa, se confundió con la de mi abuela, entrecortada o balbuceante. Los hombres discutían afuera, y el caballo respirando. Mi abuela sólo dice recordar eso y después casi nada. Salvo que su niña murió aquel verano. Aliento de animal tiene la vida, dice mi abuela.

Santuario de la transformación

Ya no soporto ese aire confesional
que reina en las peluquerías
ni el aspecto de mago
que andan mostrando los peluqueros
-me rondan dando un giro
de trescientos sesenta grados
en torno a mi cabeza-
no lo soporto
marea el mundo
me marea marítimamente.
Mi baño es un el santuario de mi transformación
y mi propia mano la que oficia,
corto mi pelo
con una vieja tijera que heredé de mi madre
y lo tiño dándome la espalda.
El espejo me asiste
me observo
me desdoblo desde mi hombros
y hago prodigios.
Soy una mujer sola
sin aires sacramentales
que ha aprendido los rigores de la simulación.

Domingo

Estuve toda la tarde del domingo
acompañada por mi poeta suicida: un libro
de tapas duras
con una flor intensa en la portada.
Blancos tramos de luz se habían filtrado
por las hendijas estrechas
de las cortinas de madera que
fracturaron los versos
renglón a renglón.
Toda la tarde respiré sus palabras
embriagantes
sus voces que traspasaron como luces
un puñado de décadas. La veo
escribiendo, su espalda encorvada
frente a la máquina portátil.
Las letras suenan como disparos
en un juego de niños,
las letras hacen repercutir su voracidad
sobre la mesa y llegan
hasta mí, hoy
domingo,
día caliente de sol
propicio para cruzar más límites, idiomas
otras franjas
más hondas e invisibles.
La muerte jugó la última carta en este asunto,
un movimiento de naipes
como letras clavadas en la tabla de madera,
otro rango en el parafraseo de los golpeteos:
invariablemente se trata de cruzar
alguna clase de espacio.
Y aquí estamos las dos,
a pesar del calor y de sus fluctuaciones, la luz
en esta parte del mundo
se comporta de un modo esperable,
fluye
se enlaza en su vaivén
arquea las palabras
las corta en más pedazos
las multiplica
aún en este verano de piernas abiertas
y toldos desteñidos en despavoridas azoteas.
La sigo viendo a mi poeta
con su espalda encorvada,
ella
que convirtió a su máquina de escribir
en un diapasón
me mira sin asombro
desde otro domingo
lejos
me mira
enclaustrada
con sus inabarcables ojos.