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Narrativa (2)

de Martha Goldin

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Autopista del Pacífico Sur – Los Angeles

Me gustaba caminar por Torrance. Me gustaban esos días en los que iba reconociendo calles, el barrio cercano al mar, las casitas. El aroma a jazmines impregnaba todo y cuando caía el sol se enrojecía el cielo , siempre celeste. El paisaje, mágico, parecía otro. Cruzaba el Higway y caminaba tres cuadras hasta el semáforo. Y tres más hasta divisar la casa baja y extensa , con su prolijo cartel Library de Torrance. Allí usaba la computadora . Solía atenderme una mujer muy gorda y rubia, de aspecto común . Una tarde sentí , molesta, que no dejaba de observarme. Me acerqué le pedí un libro y vi el miedo en su mirada.
- He soñado noche a noche contigo - me dijo- hace años que te sueño y te temo.
Creo que en ese momento no la comprendí. Acaso pensé que estaba loca :
De todas maneras ser parte del delirio de una obesa bibliotecaria californiana no me atrapaba , pero debo reconocer que sus palabras me inquietaron.
Algo en el silencio de la tarde, el hechizo que emanaba de ese ocaso y el aroma penetrante de los jazmines me estremecieron..
Resolví no ir al día siguiente y aprovechar esas horas visitando Palos Verdes , un pueblo enclavado en las colinas , fascinante con sus enormes palmeras sobre el mar . Un par de días después creí olvidada las extrañas palabras de la californiana y volví a la biblioteca. Allí, como siempre, estaba ella que casi no contestó mi saludo.
Ya en la computadora abrí e-mails. . Eran recuerdos de mis colegas por el Día de la Mujer, encuentros literarios , concursos. Lo de siempre. Creo que fue en esos momentos cuando sentí que la silla en la que estaba sentada crujía. Si, fue entonces que una sensación de extrañeza me invadió. Como si me estuviera desintegrando. .Me levanté lo más rápido que pude y observé el espejo de la entrada. Entonces me vi , definitivamente me vi , incómoda en el voluminoso cuerpo de la bibliotecaria californiana, siniestra en la imagen que me devolvía el espejo y que me acompañaría desde ese momento.
A veces, entre lágrimas , recuerdo mi casa en Buenos Aires, mis seres amados, mis libros . A veces, mientras cierro la library a las ocho de la noche en punto y aburrida doy por finalizado el día , subo con dificultad mi voluminoso cuerpo al auto y me alejo, entre lágrimas, comiendo donut.

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Hermosa Beach-Los Angeles

Sobre la Avenida Aviación cada tanto una bocina. En el silencioso andar de los vehículos sólo un ligero rumor.
Me asomo. El Pacífico atraviesa a lo largo mi mirada.
Me atrae y atrapa como un enamorado.
Es azul y cae sobre la playa abandonando su espuma de utopía cansada.
Cierro los ojos, estiro la mano y subo decidida a mi bote de sueños.
Desde la ventana del hotel me miro, me hago señas, me digo que no arriegue navegando un mar tan impredecible.
Pero mi bote es rebelde. Tiene una larga historia de luchas . Está hecho de los sueños de toda la vida .
Me digo adiós y respiro feliz el aroma del mar.

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Esa luna, allá arriba, tan redonda. Sólo en una noche así era posible lo imposible.

No debió ser fácil atravesar las sombras, burlar al tiempo y ser de nuevo.

Me abrazaba tan fuerte y feliz que el presente se borró.

Quieta, muy quieta, cuando llegó el momento , ya niña, me fui con ella.

a mi madre

 
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No siempre llega así.
A veces los hace cuando estoy alegre y despreocupada.
Asalta como un delincuente. Arrastra con violencia.
Soy un país incierto, sin guerreros que me defiendan ni fortalezas que no caigan.
¿Para qué los muros que día a día construyo como una artesana?
No golpea la puerta ni pide permiso. Es el verdugo que encuentra lo que busca como si no hubiera obstáculo alguno.
No pide permiso. Invade
Entonces me entrego como una condenada. Sé que el pasado estará siempre ahí.
Esperándome.

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Todo hubo pasado.
La casa, la voz de mamá y la ventana.
Mi cuarto, mi querido cuarto con su cama, la mesa de luz, el tocador , el escritorio y el ropero enorme provenzal y lleno de misterio.
Mi ventana en primavera era un canto de malvones y el sol se me entraba como un furioso intruso
Desde esa ventana se veía el limonero, creciendo día a día, plantado por mi padre. Desde esa ventana me amaban los hombres más bellos del mundo.
De noche, fugitivo el sol, entraba Drácula y yo, armada de una sábana,
le daba muerte tapándome la cara. Allí reiné unas cuantas primaveras, allí amé a mis padres y ellos me amaron, allí me mordí los puños y vi esfumarse el castillo de aire. Allí me vestí de luto y cumplí mi duelo que aún estoy llevando.
Después le dije adiós, hice un atadito con mi sangre, besé la primera flor del limonero de ese año como si le besara la manos a mi madre, me llamé desde el patio, grité su nombre, traté de escuchar una respuesta.
Y cerré la puerta.

 
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